Nunca pensé que estaría en un matrimonio de fe mixta. Ni siquiera habíamos celebrado nuestro primer aniversario de matrimonio cuando mi esposo me dijo que ya no se identificaba con la mayoría de las enseñanzas de la Iglesia. Estaba herida y confundida. Ambos lo estábamos. Había imaginado que esta etapa de luna de miel sería muy diferente. En lugar de enfocarnos en esta nueva y maravillosa etapa llamada matrimonio, estábamos tratando de comprometernos con la teología, el estilo de vida y lo que parecía ser nuestro futuro.

¿A dónde vamos? ¿Como navegamos en este viaje? ¿A quién elijo?

“Esto no es justo”.

Las creencias de mi esposo cambiaron, y como resultado yo fui la que sufrió las consecuencias. O al menos así es como se sentía. No fue hasta que comenzamos a ser más abierto con las personas que nos rodeaban acerca de sus cambios en las creencias que me di cuenta de que yo no era la única que sufría. Mi esposo estaba teniendo un tiempo muy difícil con este cambio también.

Aunque las personas podrían haber tenido buenas intenciones, el sentía que la gente estaba más interesada en cambiarlo y no tanto en comprenderlo. Si bien hay ocasiones en las que se pueden tener conversaciones para promover la fe, creo que también hay ocasiones en que es mejor escucharlas e intentar comprenderlas.

Ahí es cuando me golpeó. En lugar de ver la situación como una dicotomía (él está conmigo o en mi contra), en realidad él solo pedía ser comprendido a un nivel más profundo y yo necesitaba su misma comprensión. Navegar por una situación que se desvía de la familia y la comunidad no es una tarea fácil. Casarse con el entendimiento de que compartimos creencias similares, solo para que sus creencias cambien y esa base se desmorone no es una tarea fácil. Sentirse «forzado» a cambiar una postura de fe porque un cónyuge cree de manera diferente, tampoco es una tarea fácil. Puede ser complicado, problemático y confuso para todas las partes involucradas. Creo que ambas partes merecen más amor y comprensión.

Antes de esta experiencia, no había realmente considerado razones de por qué alguien no quisiera ir a la iglesia o elegir dudar de su testimonio «a prueba de balas». Si bien no necesariamente estamos de acuerdo con todas esas razones, entiendo por qué es difícil para mi esposo querer asistir a la iglesia, o creer como alguna vez lo hizo. Como me he enfocado más en entenderlo y amarlo donde está actualmente con su fe, no donde estaba o donde espero que llegue, él también ha llegado a entenderme y reconocer las formas en que su cambio de fe me ha impactado. A través de este proceso, hemos llegado a ver que todavía compartimos mucho en común. Él sigue siendo el mismo hombre que yo me enamore hace seis años atrás. Aunque nuestras ideas acerca de Dios y lo espiritual difieren, estamos de acuerdo en otros valores fundamentales y aún mantenemos los mejores intereses del otro en el corazón.

Fue este acto de «mudarnos juntos» lo que cambió la dinámica de nuestra situación. Quiero enfatizar la palabra juntos. Nick y yo, ambos, tuvimos que establecer límites, escuchar para comprender (y no solo responder), reevaluar las expectativas, comprometernos y hacer lo posible para no forzar nuestras propias creencias entre nosotros para ver que lo que tenemos vale la pena. Fue y sigue siendo un proceso de prueba y error, pero uno que estoy contenta de continuar, ya que sé que Nick apoya mi fe. Y eso no quiere decir que nuestro enfoque para esta situación será fácil.

Acabamos de bendecir a nuestra hija el año pasado. Reconozco que cada nueva etapa presentará su propio conjunto de dificultades, pero espero que a través de nuestra comunicación abierta y el deseo de respetar las creencias de los demás, ambos podremos compartir nuestras perspectivas y hacer lo que sentimos que es lo mejor.

Sin embargo, debo decir que este enfoque podría no ser para todos. Como me he relacionado con muchos otros en una situación similar de fe mixta, he llegado a ver que cada matrimonio y relación es único. Lo que funciona para una familia puede no funcionar para otra. Nuestro enfoque es solo eso, el nuestro. He encontrado la paz en la forma en que hemos elegido navegar este complicado viaje. Espero y oro para que otros puedan encontrar una sensación similar de paz en la forma en que eligen navegar sus propias relaciones de fe mixta. En este caso, no hay una solución única para todos.  Para mí, el Salvador encarna lo que es practicar el amor perfecto. Amaba cuando era incómodo, no recíproco e incluso ridiculizado. Un mandamiento simple pero poderoso les dijo a Sus discípulos, uno que repitió tres veces: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Juan 13: 34-35). Estoy muy contenta de que este mandamiento no incluye renuncias. ¿Puedes imaginarte: «ámense los unos a los otros, excepto cuando alguien no crea o no actúe como tu lo haces, entonces, por favor, ignoren este mandamiento»? Suena absurdo cuando se trata de este contexto, pero cuando la vida se vuelve real y los seres queridos no están de acuerdo en asuntos personales, esta declaración simple pero poderosa puede perderse en la traducción. Ojalá todos tuviéramos acceso a este amor perfecto, pero no es así. Entiendo que hay circunstancias en las que el amor no curará el dolor continuo y el sufrimiento infligido por otros. Mi corazón está con esas personas, y espero que puedan hacer lo que sea mejor para ellos y para el bienestar de sus familias.

Desafortunadamente, no estamos solos en lo que a menudo puede ser un viaje difícil y aislante para navegar nuestras creencias religiosas. La fe y la actividad religiosa son personales, y como tales, no siempre siguen la misma trayectoria que la de un cónyuge, amigo o vecino. Los últimos años me han dado un asiento de primera fila en las vidas de muchos que, como nosotros, están luchando por permanecer en la Iglesia. Si no puedes verlo, te aliento a que te mudes.Múdate para ver al joven que ya no quiere servir en una misión pero que está demasiado aterrorizado para decírselo a sus líderes y compañeros. Múdate para ver a la madre lastimada porque sus hijos son apartados en la Primaria. Múdate para ver a los jóvenes LGBTQ que intentan reconciliar sus sentimientos personales en el contexto del evangelio de Jesucristo. Múdate para ver qué hombre tan increíble es mi esposo, sin importar dónde esté en su fe.

Hay tantas personas que necesitan amor. Si solo pudiéramos ver la cantidad de valentía que les cuesta a algunos simplemente aparecer, estoy seguro de que abrazaríamos a todos los que entran a las puertas de la Iglesia con los brazos abiertos, dejando de lado todo juicio y suposición. Este acto de «mudarse» ciertamente ha cambiado mi forma de adorar al ayudarme a amar, sentir empatía y servir de forma más natural. Aunque podría elegir algún lado y elegir a quién amar, es un alivio saber que no tengo que hacerlo.

Amo a Dios. Me encanta mi esposo. Amo a las personas independientemente de dónde se encuentren en su viaje mortal.


fuente: lds.org/blog