El viernes 18 de octubre junto a mi esposa viajamos de Concepción a Santiago, al llegar el sábado en la mañana nos enteramos de que muchas estaciones de metro se habían incendiado y también del revuelo popular. Lo que comenzó en Santiago con evasiones al pago de metro, debido a sus alzas, se replicó por todo el país, pero las protestas que se levantaron en todo Chile tenían aires de disconformidad y lucha por equidad, justicia, y la mínima promesa de un futuro próspero homogéneo para los chilenos, expectativas que vienen de los años 70’.

La semana siguiente casi cada día estuvimos marchando, manifestándonos pacíficamente, concientizando a otros y a nosotros mismo sobre el proceso social en el que nos sumergimos.  Antes de salir recordaba nuestro derecho a protestar y a congregarnos en lugares públicos. Recordé las palabras del élder Neal L. Andersen, miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en 2015, respecto a la religión y el gobierno: “Aunque la Iglesia, como institución, ha afirmado repetidamente su neutralidad política, se insta a los santos de los últimos días a participar en el proceso político y a hacer oír su voz en el debate público. El ser buenos ciudadanos dondequiera que vivamos es parte de nuestra religión.” Esta frase me indicaba que lo que hacíamos no era errado, ni diabólico, ni mucho menos un pecado.

Mi esposa, Paloma, y yo marchando por el centro de Concepción, Chile.
Mi esposa, Paloma, y yo marchando por el centro de Concepción, Chile.

Al retroceder a mi adolescencia, he participado en numerosas manifestaciones. Cada año he empatizado con numerosas causas que me han llevado a arrodillarme en busca de guía y comprensión. La desigualdad, el aprovechamiento de parte de privados y del Estado, la impunidad para el delincuente, el machismo, la indiferencia frente a la vulnerabilidad por parte de quienes tienen privilegios, ha causado la indignación de muchos, y cuando medito en esto es inevitable que mi corazón se estremezca de pesar. A lo anterior se suma también el juicio temprano de muchos miembros respecto a lo que “opina la Iglesia” (la Iglesia nunca opinará nada al respecto, ya que es una gran defensora en que el Estado no tome partido dentro de la iglesia y viceversa) en un intento aplicar a procesos civiles un marco religioso, sin mirar el sacrificio de muchos en virtud de un fin social, un fin benefactor para todos.

Hace unas semanas el élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló de como hace unas décadas una pareja de misioneros sintió el deseo de enseñar en una cárcel en San Felipe, Chile. Ahí había muchos presos políticos, debido a la dictadura pinochetista. Los misioneros entraron y, sin juzgar a nadie, enseñaron su mensaje. Muchos años después uno de los élderes supo que uno de los presos aceptó el mensaje y se bautizó. Creo que ese debería ser nuestro rol, hemos tenido momentos difíciles en Latinoamérica donde la tiranía ha gobernado por sobre la compasión y deberíamos tener corazones dispuestos a ayudar al herido y no justificar ni celebrar los estragos que deja la violencia y la omisión a los Derechos Humanos ya que si bien, en lo personal, es gratificante ser parte de este hito histórico, también ha sido doloroso ver como se han vulnerado los Derechos Humanos de forma sistemática y la indiferencia ante ellos.

La Iglesia en Chile creció con mucha fuerza durante un gobierno militar, con líderes que debían dar voces al mundo en medio de la guerra fría cuando éstos daban su opinión mostraban inclinación respecto al contexto socio-político general. Por ello, en aquellos años, se alzaron voces de condena al comunismo (a causa de su extremismo filosófico), considerándolo diabólico y para nada compatible con la membresía en la iglesia, voces de opinión que el mundo exigía. Esto dejo una herencia cultural en los miembros, y cualquier ideología cercana a la izquierda pasó a ser mal mirada hasta el día de hoy. En esta década no se viven estas condiciones, el 2015 el Departamento de Asuntos Públicos de la Iglesia declaró “¿Pueden los miembros tener sus propios puntos de vista sobre un tema y seguir siendo fieles a la Iglesia? Esa es una pregunta que escuchamos a menudo, y surge de una serie de escenarios diferentes… podríamos viajar a algunos países del mundo y reunirnos con miembros fieles de la Iglesia que pertenecen a sus partidos comunistas nacionales”. Con esto la Iglesia, como institución, marcó y destacó la aprobación y apoyo a la libertad de expresión y de conciencia, además permitió aclarar muchas declaraciones anteriores referentes a ideologías e inclinaciones políticas.

Cuando hablamos de una sociedad en democracia, si estamos alejados del estudio político, la podríamos ejemplificar de la siguiente manera. El rey Mosiah al saber que pronto moriría, entregó una nueva forma de gobierno para que el pueblo se mantuviese justo y dio la siguiente instrucción: “Por tanto, esto observaréis y tendréis por ley: Trataréis vuestros asuntos según la voz del pueblo”. Esta es la esencia de la democracia y se aplica de diferentes formas. En mi opinión, cuando más de la mitad de la población pide algo justo y no se le entrega, se le discrimina y reprime por estas solicitudes de cambio, se faltar al principio de democracia y esto es lo que ha venido replicándose y afectando a diferentes países latinos.

En Doctrina y Convenios 134, versículo 5, se le entregó a José instrucciones respecto a los gobiernos de los hombres, diciendo que todos debemos apoyar a los gobiernos siempre y cuando estos garanticen nuestros derechos intrínsecos. Creo que han sido mucho los miembros en Latinoamérica que han sentido que hay derechos que no se están garantizando. Es nuestro deber exigir y procurar el acceso a estos.

La forma en que expresamos nuestro descontento debe ser distinto al resto, ser pacificadores es una comisión que el Señor dio a sus discípulos, por lo tanto, una instrucción clara para nosotros. No es correcto que busquemos formas violentas de lograr nuestros objetivos. Los pioneros en condiciones de discriminación similares a estas, con cordura alzaron su voz y buscaron participar del gobierno civil en virtud de cambiar las cosas. Creo que la mejor forma es esta, buscar protagonismo en estos procesos.

Que grato sería que ,si se aprueba la creación de una nueva constitución en Chile, haya un convencionista miembro de la Iglesia que aporte en la redacción de una carta magna, en donde él pueda ayudar a que se garantice lo que es correcto para la mayoría, como corresponde en una democracia. Tal vez en Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela, Guatemala, Puerto Rico, Colombia, Brasil y el resto de los países de Latinoamérica, que están viviendo momentos difíciles, la oración ayudará mucho a inspirar a nuestros gobernantes, pero si nosotros somos los gobernantes o parte de quienes lideran podrán ser inspirados con mayor fluidez.

El año 2017, el élder Walter F. González, presidente de Área Sudamérica Sur en ese tiempo, vino a Chile y participó en un congreso respecto al rol de la religión y la constitución de nuestro país y resaltó la importancia de que mantengamos una libertad de culto. Sin dar algún sermón religioso ni justificarse en base a algún versículo, el me dio un gran ejemplo respecto con la frase “dar a César lo que es de César” al respetar procesos democráticos y civiles.

Creo en un nuevo sistema de salud, en una nueva organización para nuestra policía, en un nuevo sistema de previsión social, en un nuevo sistema de educación y en crear una nueva constitución de forma democrática, en un país con una filosofía de gobierno socialdemócrata, y eso no tiene porqué poner en juego mi calidad de miembro, no me hace terrorista, no me hace una herramienta de Satanás, sino un ciudadano que ejerce su mi rol de miembro y de civil al alzar su voz para que sea escuchada y para que los principios justos sean defendidos.

El estallido social en Chile, y los procesos en el resto de Latinoamérica deben ser abordados por nosotros, quienes creemos tener la verdad respecto al orden moral de la sociedad y no delegarlo a otros, es momento de levantarnos y apoyarnos, no como institución, sino como miembros de la Iglesia unidos en el trabajo de mejorar nuestra sociedad, hacerla equitativa y justa.


Este es un artículo de opinión donde el autor expresa su punto de vista el cual es de su exclusiva responsabilidad y no necesariamente representa la posición de FaroALasNaciones.com o la de alguna otra institución.