Por Greg Trimbler, traducción del orgininal publicado en su blog GregTrimbler.com.
Traducido y publicado con la autorización del autor.

Si viste la sesión del domingo por la mañana de la conferencia general, de seguro se te rompió el corazón al notar cómo la resistencia física del presidente Monson le empezó a fallar en frente de toda la Iglesia. Comenzó su discurso con fuerza, pero de un momento a otro pareció como si toda una vida de servicio en el Evangelio se le hubiera venido encima.

Fue tanto así que por primera vez desde que tengo memoria, oré de forma específica por un orador a fin de que pudiera durar hasta el final. Mientras observaba a este hombre, a este gran hombre librar una verdadera batalla en la última mitad de su mensaje, no pude contener las lágrimas. Sentí que sus palabras no lograban igualar el simbolismo de lo que presenciaba. En ese momento, fue como si el espíritu del Profeta le hubiera estado hablando directamente al mío.

No logro visualizar cómo han sido los últimos años ni mucho menos los últimos meses del presidente Monson. Su increíble esposa Frances, quien lo apoyó y acompañó una vida entera, falleció. Además, el mundo desprecia cada día más nuestros valores, lo que sin duda afecta a los miembros de la Iglesia. Imagino que siente la enorme responsabilidad de estar aquí para nosotros, para consolarnos cuando lo necesitamos.

Lamentablemente, se ha vuelto una práctica usual que opositores asistan a la conferencia general sólo para demostrar su descontento en persona. Este dulce hombre de 88 años no ha hecho sino servir a los demás y pese a eso, cada seis meses debe lidiar con la frase “el voto ha sido dividido”. Qué experiencia más devastadora.

Eso sin mencionar que en lo que va de año, ha visto partir a tres de sus mejores amigos. Tuvo que presidir sus servicios funerarios, dirigirse a los presentes y apoyar a sus familias, puesto que se espera que sea él quien anime al resto. Tuvo que cumplir la titánica misión de no solo presidir la Iglesia con menos apóstoles, sino que también tuvo que llamar a tres nuevos hermanos. Nadie más que él tuvo que lidiar con el escrutinio, el cuestionamiento y las especulaciones que circulaban al respecto. Qué experiencia más devastadora.

¿Cómo logra conciliar el sueño con aquél tipo de carga y aun así se presenta el domingo en la mañana como el primer discursante, haciendo fuerzas de flaqueza para pararse una vez más y entregar un mensaje de bondad a todos quienes aman, respetan y admiran a este soldado del Señor?

Me encuentro sentado en el centro de reuniones esperando la próxima sesión y no dejo de pensar en él. Desearía haber podido correr hacia el púlpito y rodearlo entre mis brazos para ayudarlo a soportar el peso de su cuerpo, de sus preocupaciones y de sus angustias. Desearía haberle sostenido tal cómo él ha hecho con nosotros por tantos, tantos años.

Sin lugar a dudas, ha entregado su vida al servicio de su prójimo.

(Foto destacada: El presidente Thomas S. Monson es ayudado a volver a su asiento al terminar su discurso en la conferencia general | Scott Sommerdorf, The Salt Lake Tribune).