SANTIAGO, Chile – Era la madrugada del 27 de febrero,  parecía una noche tranquila, unos dormían, otros jugaban en sus consolas, algunos se encontraban en casa y otros no. Junto a mi familia estábamos celebrando los 15 años de mi hermano,  y estábamos repartiendo la torta cuando comenzó todo, el movimiento telúrico fue fuerte inmediatamente, todos corrimos a la puerta y la luz se cortó a los segundos, pensábamos que era un temblor fuerte y que pronto iba a pasa, pero no fue así, el movimiento era cada vez más fuerte, las cosas seguían cayendo, la gente lloraba, y pedían a Dios que por favor se detuviera, mi familia oraba y pedía que nos protegiera.

Fueron los minutos más eternos de mi vida. Cuando todo estuvo un poco más tranquilo, pudimos irnos a casa, fue ahí cuando nos dimos cuenta de que no había sido un temblor, en las calles se respiraba polvo, estaba tan oscuro que no podías ver la palma de tu mano. Cuando llegamos a casa estaba todo en el suelo, muchas grietas y todo lleno de polvo. Pudimos encender una radio y escuchamos que había sido un terremoto. Al rato se escuchaba un ruido estruendoso en el puerto, pero no supimos que era.

Cuando amaneció, mi Padre y tíos fueron al puerto a ver qué había pasado, cuando volvieron, sus caras lo decía todo, estaba todo destruido, barcos pesqueros en medio de la plaza, container en las calles y todo lleno de un barro muy espeso. Cuando miramos a la calle, estaba mi padre junto a su familia, su esposa y mi hermano que en ese momento tenía solo un mes de vida, estaba tapado en barro y mojado por el mar. Lo perdieron todo, pero sobrevivieron al tsunami.

Pasaban los días, no había luz, agua potable ni sabíamos cuánto tiempo estaríamos así, por lo que no sabíamos si el alimento era suficiente. Comenzaron los saqueos, robos y hasta violaciones a las mujeres que habían quedado solas. En casa tuvimos que convivir alrededor de 20 personas y 5 bebés.

Era un 06 de marzo cuando Sebastián, amigo de mi hermano, después de muchos intentos, logró comunicarse con su familia en Santiago, su madre informó al Obispo de lo que estaba pasando, y este se comunicó con un grupo del programa Manos que Ayudan que se encontraban en la Región del Biobio prestando ayuda a los damnificados, y ellos fueron en busca de Sebastián, mi mamá y mi hermano.

El 08 de marzo llegaron a buscarlos, fue ahí cuando decidí venirme a vivir a Santiago, salimos con lo puesto, sucios y esperanzados de poder salir de ahí.

Comenzó el viaje, pasábamos por las calles y veíamos a hombres con fogatas cuidando a sus familias, militares haciendo efectivo el toque de queda y personas sufriendo por la pérdida de un ser querido. El viaje a Santiago tardó dos días, al llegar, vimos que todo estaba normal, todos seguían con sus vidas y pensar que un poco más al sur había gente sufriendo y necesitando ayuda nos daba impotencia.

Llegar al lugar que nos puede entregar más paz, al Templo de Santiago, fue una de las mayores bendiciones que pudimos tener ese día, sentir la tranquilidad y el amor que el Padre tiene por sus hijos nos hizo saber que todo iba a estar bien.

Esta prueba nos hizo fuertes, nos ayudó a entender que todo tiene un propósito y que tal vez las pruebas más difíciles son las que nos traen mayor felicidad en nuestras vidas.  Gracias al programa Manos que Ayudan y los líderes de la iglesia pudimos salir de la catástrofe, por lo que no tenemos duda de que todos los programas y actividades que se hacen en la iglesia son inspirados por Dios. Todos pasamos de diferente forma la experiencia del terremoto, pero sé que el Padre tenía un propósito para todos los que estuvimos ahí, y que mayor bendición de poder tener ahora  la construcción de un Templo.

El Pdte. Henry B. Eyring dijo “…Si tenemos fe en Jesucristo, los tiempos más difíciles de la vida, así como los más fáciles, pueden ser una bendición…” y eso es lo que fue el terremoto en mi vida.