He aquí te he purificado … te he escogido en el horno de la aflicción.
—Isaías 48:10
El élder Orson F. Whitney testificó, “Ningún dolor que suframos, ninguna prueba que experimentemos es cosa desperdiciada. Nos ministra en cuanto a nuestra educación, y al desarrollo de tales cualidades como la paciencia, fe, fortaleza y humildad. Todo lo que sufrimos y todo lo que tengamos que soportar, especialmente cuando lo soportemos con paciencia, nos ayuda a cimentar nuestro carácter, purificar nuestro corazón, ensanchar nuestras almas, y nos ayuda a llegar a ser más tiernos y caritativos, más dignos de ser llamados los hijos de Dios … y es por medio de la aflicción y sufrimiento, trabajo y tribulación, que obtenemos la educación a la que venimos a adquirir aquí y la que nos permitirá llegar a ser más como nuestro Padre y Madre celestial” (citado por el President Spencer W. Kimball, ‘Tragedy or Destiny,’ Brigham Young University Speeches of the Year, Provo, Utah, 6 Diciembre 1955).
El teólogo Alberto Barnes escribió, “Posiblemente esta sea la idea [en relación al sufrimiento], que sus aflicciones les habían preparado para someterse a Sus ofertas y buscar consuelo en Él; y Él puede en Su diseño enseñar que una consecuencia de la aflicción es preparar la mente para acoger sus ofertas de misericordia” (énfasis añadido). En verdad, “… porque mi brazo está extendido todo el día, dice el Señor Dios de los Ejércitos” (2 Nefi 28:32b).
Años atrás escribí en mi diario, “El domingo pasado tuve una experiencia muy espiritual que surgió de un desafío pequeño, casi inconsecuente. Tenía un plato de tallarines en mis manos y lo desparramé sobre el piso de la cocina. La salpicadura hizo que el piso quedara sucio, lleno de la salsa roja y grasosa. Yo estaba cansado y frustrado, y apoyé mi cabeza contra la pared”. Todavía me acuerdo de que estaba sintiendo lástima por mi mismo y que deseaba que alguien me ayudara a limpiar lo que había ensuciado —o al menos que me hubiera acompañado mientras yo lo limpiaba.
Repentinamente me sobrevino un dulce sentimiento del Espíritu y sentí que Jesucristo me acompañaba. Ponderé lo maravilloso que sería si yo le pudiera ayudar al prójimo con sus “tallarines desparramados”. Pero prosiguiendo con mi diario, “Mientras limpiaba el suelo grasoso, ahora casi lloré, pero esta vez me sobrevino la idea de lo hermoso que sería seguir el mandamiento, ‘Fortaleced las manos caídas y afirmad las rodillas debilitadas’ (Isaías 35:3, también ver Hebreos 12:12), al ayudarle a otros. Me hice el propósito de tratar de ser pronto (Santiago 1:19) para ayudar a los que pudieran haber ‘desparramado sus tallarines’, o a asistir donde pudiera”.
Hoy tuvimos una bella clase en la escuela dominical de nuestra rama, la primera del año, usando el manual, Ven, sígueme. Hacia el fin de la clase se habló un poco de la importancia de llegar a ser más como Jesucristo y lo difícil de la tarea. Una hermana sabiamente dijo, “Jesucristo nos invita a ser más como Él, pero no nos abandona en esta tarea. No es por medio de nuestra propia fuerza que llegamos a ser más como Jesucristo. Es Él el que nos ayuda a cumplir con este mandamiento”. Cuando ella pronunció estas palabras se sintió una doble porción del espíritu.
Ciertamente es Jesucristo el que está siempre listo para ayudarnos a mejorar día a día, por medio de la instrumentalidad del Espíritu Santo. En la clase vimos que “El propósito de toda enseñanza y todo aprendizaje en el Evangelio es profundizar la conversión y llegar a ser más como Jesucristo” (Ven, sígueme, p. v). Las aflicciones por las que pasamos en nuestro vivir tienen el gran propósito de ablandar nuestros corazones hacia nuestros prójimos. Nuestros sufrimientos realmente pueden llegar a “ensanchar nuestras almas”.
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