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Opinión | El desierto, el mar, la eternidad: Un paso por las puertas abiertas del Templo de Antofagasta 

Opinión | El desierto, el mar, la eternidad: Un paso por las puertas abiertas del Templo de Antofagasta
Templo de Antofagasta Chile. | La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Desde hace días, nuestro hijo mayor insistía con la pregunta cada vez que salíamos “¿Ahora vamos a ir al templo nuevo?”. Y es que cuando fue anunciado el Templo de Antofagasta Chile de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días mi esposa y yo decidimos que iríamos a conocerlo cuando abriera sus puertas y desde hace unas semanas veníamos anticipando a nuestros pequeños que pronto tomaríamos un avión para conocer el templo nuevo.

El paso de un solo día por Antofagasta nos obligaba a cronometrar todo el programa de nuestra visita, considerando que aprovecharíamos de conocer otro sitios de la ciudad y que había que hacerlo con dos inquietos varones de 4 y 2 años. Los planes iban bien hasta llegar al Aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago, pero todo se complicó cuando el vuelo de Jetsmart se atrasó por dos horas por problema de mantenimiento y los planes del día se nos redujeron a solo visitar el templo y, quizás, almorzar.

Por fin, en Antofagasta. La torre de falso campanario del templo se asomaba entre edificios desde la costanera Av. Edmundo Pérez Zujovic mientras nuestro Uber se acercaba al destino. El blanco de sus paredes destaca entre los colores mayormente crema de las casas y el paisaje árido que los cerros de la Reserva Nacional La Chimba hacen de telón de fondo. Al entrar por la calle Las Palmeras, la bandera chilena completa la postal, aunque con un mástil negro fuera de norma que probablemente sea pintado nuevamente pero blanco, tal como ocurrió en el Templo de Concepción donde se cometió el mismo error.

Las palmeras en el bandejón central de la calle parece mancar el camino al templo, flanquado también por palmeras, y me recuerdan la entrada triunfal del Salvador a Jerusalén, donde con hojas de este mismo arbol fue recibido con exclamasiones de “hosana”.

Desde afuera, la silueta y ornamentación del templo me recordaba tanto al arquitectura colonial, no tanto de las iglesias atacameñas del siglo XVI sino más a las de las ciudades del siglo XIX, como a los templos pioneros construidos en los primeros asentamientos santos de los últimos días en Utah. Una versión más pequeña y estilizada del Templo de St. George, con una torre central terminada en una pequeña cúpula y la forma de las ventanas, construido en el extremo del desierto de Mojave, muy apropiado para el primer templo en ser edificado en el desierto más árido del mundo, el de Atacama, además de compartir elementos con otros templo de Utah, como las claves o piedras angulares de las ventanas arqueadas como en los templos de Manti y Logan, entre otros. Los jardines secos en el terreno del templo están hermosamente diseñados e coherencia a la flora local, propias de los oasis atacameños. Eso sí, una franja de césped entre el estacionamiento y el templo desencaja entre el verde diferente de las plantas y cubresuelos de hojas gruesas de baja demanda hídrica.

Al entrar, unos voluntarios nos condujeron a una de las carpas blancas instaladas en el estacionamiento como sala de espera a que comenzara el recorrido. Pero no duramos mucho ahí ya que los niños nos recordaron que aunque los adultos podemos aplazar un poco la hora de almuerzo ellos no. Tenerlos tranquilos y callados durante el recorrido en el templo ya sería un desafío y con hambre sería imposible. Una buena y atenta voluntaria se dio cuenta  de nuestro apuro y se ofreció a llevarnos a un centro comercial cercano en su vehículo y pudimos conocer un poco el entorno.

Los alrededores son principalmente residenciales, con muchos almacenes de barrio y servicios cercanos. A unas tres cuadras de la playa, es el templo más costero del mundo, se eleva bajo la cota 30 (el límite de 30 metros sobre el nivel del mar conocido en Chile como zona segura en caso de tsunami), aunque debido al gran arrecife de roca frente a las costas antofagastinas el templo no se encuentra en una zona inundable.

Por fin de vuelta en el templo, pareció no funcionar el almuerzo como estrategia para calmar la energía de los niños por lo que hicimos nuestro mejor esfuerzo de canalizar de otra manera su entusiasmo por este nuevo lugar para correr y jugar. Fue difícil poner atención al video que nos mostraron en el hostal, el edificio auxiliar al costado del templo, donde comenzaba el recorrido, que trataba de la importancia de los templos para los santos de los últimos días y su trascendencia eterna.

El interior del templo está hermosamente diseñado y se aprecia la influencia europea en sus terminaciones, molduras, marcos de sus accesos, lámparas y candelablos. Su motivos decorativos entre las paredes, alfombras y vitrales, con sus colores evocan el frío mar chileno con el cálido desierto. Pinturas de escenas de la vida de Jesucristo y retratos de Él están colgadon en todos los pasillos del templo. “¡Papá, un condor!” dijo en voz alta mi hijo mayor cuando apuntaba con su dedo uno de los bellos cuadros de paisajes de la zona mientras lo llevaba en brazos para que no corriera y con mi dedo en los labios le pedí que hablara más bajo a la vez que asentía con mi cabeza y confirmaba con mi sonrisa y que la lejana ave pintada en uno de los cuadros era, de hecho, un condor, el ave nacional, emblema de nuestro escudo y símbolo de las naciones andinas.

Las puertas exhiben un particular motivo sobre las manillas: una concha marina, provenientes de los moluscos que habitan la costa, proveyendo alimento así como materia prima para adornos y artesanía de los pueblos originarios. También es común encontrarlas en forma de fósiles en medio del altiplano, que durante el Jurásico fue lecho marino.

Los hermosos vitrales, fabricados por el recurrente proveedor de los templos de la Iglesia, Holdman Studios, deslumbran al ser atravesados por el penetrante sol del desierto. En estas obras entrán representadas “las olas del océano… y los colores reflejan la calidez del desierto y la fría agua azul”, según el mismo estudio comentó.

En el bautisterio es fácil impresionar a un niño. Mucha agua en una pila bautismal que, mirando por sobre la baranda, se ve sostenida por doce bueyes que fue necesario aclarar que no eran de verdad, sino que escultura con significados simbólicos. 

La sala de instrucción tiene bancas para recibir a los participantes, a diferencia de la mayoría de los otros templos que tienen butacas, dándole mayor capacidad a la sala al aprovechar mejor el espacio. Mientras se nos explicaba que en esa sala se enseña el Plan de Salvación y lo que debemos hacer para volver a la presencia de Dios, sabía que la siguiente parada sería el salón celestial, por lo que traté de preparar a mi hijo diciéndole que debíamos estar en silencio, reverentes, y poner atención a los sentimientos que el Espíritu Santo podría en corazón.

Cuando entramos al salón celestial los niños querían correr, pero logramos tener un momento de quietud y contemplación… el cual duró unos segundos hasta que el menor empezó a gritar porque quería que lo bajaran de los brazos para subirse a esos bellos y cómodos sillones de azul claro y otros amarillos que seguían el patrón de colores. Mientras me sentía incómodo por no poder acallar el ruido, le hablé en el oído al mayor mientras lo abrazaba (tanto en forma de amor como para que no se me arrancara) y le pregunté qué es lo que sentía en su corazón. Me dijo “feliz”. Yo me sentía igual, no solo el privilegio de estar ahí y ver el templo que se le entregaría como ofrenda al Señor para que fuera Su casa, sino que también por estar con mis hijos en un lugar al donde generalmente entro solo o con mi esposa. Estar en ese lugar que pronto se convertirá en el más sagrado de la tierra junto a mis hijos era un motivo para también estar feliz.

La siguiente y última estación fue la sala de sellamiento. Al entrar junto a mi familia fue inevitable no recordar cuando hace un poco más de seis años atrás entraba a una sala de sellamientos muy parecida de otro templo, tomado de la mano con la que se estaba convirtiendo en mi esposa, para comenzar mi familia. Aquel día eramos solo dos, ahora ya eramos cuatro. Al sentarme y ver ese altar en el centro de la sala, me veía a mi, más joven y delgado, junto a mi esposa tomados de la mano, mirándonos a los ojos, recibiendo las promesas y bendiciones de la eternidad bajo la condición de la fidelidad. Aquellas promesas se volvieron tangibles en el niño que tenía en mis brazos y los gritos de alegría otro niño tirado en la suave alfombra del pasillo. Ya no podía esconder la emoción al pensar que no había fuerzas terrenales que pudieran separarnos, que los lazos de amor por convenio, posible gracias a la sangre expiatoria del Hijo de Dios, nos mantendrían sellados en esta vida y en la venidera. Sentí también la responsabilidad que tengo de mantenerme fiel por mi y por ellos.

Nos dieron la oportunidad de ponernos de pie frente a los espejos que se enfrentan en las paredes opuestas de la sala. Tomamos a los niños en brazos y le pregunté al mayor “¿qué es lo que vez?”.

—”¡Es un espejo mágico!” —me respondió. 

Por milenios, los seres humanos llamaron magia a las cosas que no tenían explicación, pero con el paso del tiempo el progreso de la ciencia y la tecnología la magia se ha ido perdiendo para dar paso al conocimiento. La restauración del evangelio de Jesucristo  en las distintas épocas ha logrado ir desvaneciendo las tinieblas espirituales y relevar las cosas como realmente son, como fueron y como han de ser. Ese espejo seguirá siendo mágico hasta entender la teoría detrás de la reflexión de la luz, la doctrina del sacerdocio y las llaves de Elías. Debo confesar que a veces, aunque sea un término un tanto pagano, también me resulta mágico. Milagroso, más bien. 

El Templo de Antofagasta, ubicado en la Av. Las Palmeras 44, está abierto al público general desde el 14 de mayo y continuará con sus puertas abiertas a la comunidad hasta este sábado 24. El 15 de junio próximo será dedicado como la casa del Señor por el élder Gary E. Stevenson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, en una sesión dedicatoria que será transmitida a todas las congregaciones que conformarán el distrito del templo.


Este es un artículo de opinión. El autor expresa su punto de vista el cual es de su exclusiva responsabilidad y no necesariamente representa la posición de FaroALasNaciones.com o la de alguna otra institución.

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