Original: www.mormonnewsroom.org
Traducción: Leslie González
Este ensayo sobre la fe individual es el primero de una serie de cinco partes acerca del valor de la religión.
“La fe nos permite ver lo invisible, abarcar lo imposible, y esperar lo increíble.”
Reverendo Samuel Rodríguez
El mundo moderno nos ofrece más opciones y posibilidades que nunca antes. La ciencia y la tecnología continuamente expanden nuestro conocimiento, y la diversidad de cosmovisiones religiosas continúan creciendo. Nuestros horizontes parecen extenderse más rápido de lo que somos capaces de manejar. Pero al final permanecemos siendo las mismas criaturas espirituales. A lo largo de nuestros viajes el anhelo permanece dentro de nosotros.
Las religiones comparten una visión común: hay algo incompleto en nosotros. Y por eso anhelamos la plenitud. Si toda pregunta tuviera una respuesta preparada inmediatamente, no habría interés en orar. Si todo dolor tuviera una cura fácil, no habría sed de salvación. Si se restaurara cada pérdida, no habría ningún deseo del cielo. Mientas estas necesidades permanezcan, también lo hará la religión. Es una parte natural de la vida. Ser humano significa experimentar incertidumbre, penas y la muerte. La religión, sin embargo, es una escuela para encontrar sentido en el caos, un hospital para curar heridas invisibles, una línea de la vida que nos da una segunda oportunidad.
En este punto Rabbi David Wolpe enseña que la religión “puede entrar en un mundo en el que hay una gran cantidad de dolor, sufrimiento y perdidas, entregando significado, un propósito y paz”.
Aunque la religión se ocupa de estas necesidades, no fue creada por estas. La religión no es simplemente una respuesta humana a las dificultades. Esta trasciende lo humano; viene de una fuente superior. La historia muestra que los hombres y mujeres, en tiempos buenos y malos, buscan la verdad fuera de sí mismos así como también dentro de ellos. Y que siguen las respuestas que han recibido.
Incluso lo que es más, la religión es la reunión de personas únicas en una comunidad de creyentes. Pero si no puede ganar el corazón de la persona, no se podrá sostener a la comunidad. Las experiencias espirituales de cada individuo pueden ser tan diferentes como los mismos individuos. Debido a que vemos a través de un espejo oscuro” (3) la mayoría de las cosas en la vida se reducen a la fe. Últimamente en los momentos en que se busca con lo divino, es la persona quien filtra los detalles, pesa la evidencia, y toma decisiones sobre asuntos de mayor importancia. Esta disputa es el proceso de la fe. Ludwig Wittgenstein escribió: “creer en Dios significa ver que los hechos del mundo no son el final del asunto.” (4)
La vida humana es acerca de significados. Nuestra naturaleza nos lleva al cuestionamiento espiritual y de propósitos. La religión nos entrega un espacio en donde las preguntas y significados pueden ser solicitados, encontrados y solucionados o enterrados. La conexión entre la religión y el propósito continúa hoy día.
Ya sea si se trata de estilos de vida saludables, confianza social o donaciones caritativas, la ciencia social atestigua de una multitud de maneras en que la religión beneficia a las personas. De acuerdo a un estudio reciente, por ejemplo, “aquellos que indican que confían en la existencia de Dios, reportan un mayor sentido del propósito. “ (5)
Esto es particularmente relevante ahora. Nuestro encuentro con la vida moderna es a menudo un destello de imágenes que entregan brillo y se desvanecen—tan rico en la superficie, tan descuidado en las raíces. Pero la religión y la espiritualidad inspiran ahondar debajo de esa superficie, y nos conecta con los fundamentos morales que subyacen en nuestra humanidad.
A lo largo de su vida Will Durant, un historiador de ideas y culturas, se maravilló por el poder de la fe religiosa. Él mismo, sin embargo, no llego a ninguna creencia definitiva acerca de Dios. Al final de una vida de aprender y observar, volvió su mirada al significado de la iglesia. En sus reflexiones el mostró que incluso una persona agnóstica puede ver el atractivo perdurable de la religión:
“Estas torres de las iglesias, apuntando hacia arriba, ignorando la desesperación y la esperanza de elevación, estas nobles agujas de la ciudad, o las simples capillas en las colinas – se levantan en cada paso de la tierra hacia el cielo; en todos los pueblos de todas las naciones, desafían a las dudas e invitan a los corazones cansados al consuelo. ¿Es toda una vana ilusión? ¿No hay nada más allá de la vida, sino la muerte? ¿Y nada más allá de la muerte, sino la decadencia? No lo podemos saber. Pero mientras los hombres sufran, estas torres se mantendrán (6).
Las instituciones e ideas florecen cuando se vuelven reales y son necesidades duraderas. De lo contrario, tienden a morir por causas naturales. Pero la religión no ha muerto.
Escribiendo en un momento, en la década de 1830, cuando su país natal, Francia estaba apartado de la religión, Alexis de Tocqueville observó que “las almas tienen necesidades que deben ser satisfechas” (7). Él ha probado lo correcto. A través de los siglos, los intentos por terminar con estas necesidades han fallado. La religión proporciona la estructura para este anhelo, y las iglesias son la familia de fe.
Aunque construidas en madera, piedra y acero, las iglesias representan algo profundo en el alma humana, algo que anhelamos descubrir. Más que cualquier cosa hecha por el hombre, la religión da sentido y forma a la búsqueda individual de significado.
[1] Samuel Rodriguez, “Religious Liberty and Complacent Christianity,” The Christian Post, Sep. 10, 2013.
[2] “Why Faith Matters: Rabbi David J. Wolpe,” lecture given at Emory University, Oct. 21, 2008.
[3] 1 Corinthians 13:12.
[4] Ludwig Wittgenstein, personal journal entry (8 July 1916), p. 74e.
[5] Stephen Cranney, “Do People Who Believe in God Report More Meaning in Their Lives? The Existential Effects of Belief,» Journal for the Scientific Study of Religion, Sept. 4, 2013.
[6] Will and Ariel Durant, Dual Autobiography (New York: Simon & Schuster, 1977).
[7] Alexis de Tocqueville, Democracy in America (Chicago, Illinois: University of Chicago Press, 2000), 510.
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