Sabemos que Dios es amor y que no muestra parcialidad. ¿Cómo, entonces, podemos pensar que sólo serán salvas aquellas personas que conocieron y aceptaron a Cristo aquí en la tierra? Hay muchísimas personas que han vivido que nunca siquiera escucharon el dulce nombre de nuestro Salvador. Billones de personas.
Es interesante encontrar libros escritos por personas que no son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y que, sin saberlo, apoyan las enseñanzas de la Iglesia Restaurada. El mes pasado terminé Encountering the Old Testament: A Christian Survey (2015, 2019, Encontrándonos con el Antiguo Testamento: un escrutinio cristiano por Bill T. Arnold & Bryan E. Beyer). Me llamó la atención la sincera preocupación con la cual ellos invitan a sus lectores a considerar qué es lo que pasa con aquellos que no conocieron a Jesucristo.
En el pasado, teólogos de las diversas religiones simplemente les asignaban a estos individuos un desenlace muy triste en las eternidades. En una ocasión me tocó ver llorar a una persona que profesaba el Islam al hablar de la persona “más buena que había conocido”, pero, como no pertenecía a su religión, sería juzgada negativamente en el mundo venidero.
Mi corazón reboza de gozo al saber que Jesucristo es nuestro Redentor. No podemos comprender la profundidad del amor que Él tiene por cada persona sin importar la nacionalidad, género, cultura o creencia de estas. Cristo nos ama tanto que nos ha dado los templos, donde todas las personas podrán recibir sus ordenanzas de salvación. Esto, por supuesto, sin quitarles el albedrío moral y la posibilidad de escoger. Todos serán invitados, nadie será obligado.
Pienso que este es uno de los motivos por el que debemos compartir nuestro testimonio, aunque las personas en el momento no lo acepten. Es mi opinión que tales testimonios, si han sido compartidos con el amor puro de Cristo, resonarán en los corazones de aquellas personas que pasan al mundo de los espíritus. Allá serán preparados para el bautismo y las otras ordenanzas de salvación. Y como no tienen un cuerpo, deberán depender de la obra vicaria que se lleva a cabo en los templos del Señor. Al llevar a cabo esta obra por nuestros antepasados, estamos mostrando el amor puro de Jesucristo.
La historia de Frederick W. Hurst
Frederick William Hurst fue un pintor en el Templo de Lago Salado durante los años 1892–3. En una ocasión él cuenta, “Aproximadamente el primero de marzo de 1893, me encontré solo en el comedor… todos se habían ido a la cama. Estaba sentado a la mesa cuando, cuál sería mi sorpresa, mi hermano mayor Alfred entró y se sentó frente a mí en la mesa y sonrió. Le dije (él tenía un aspecto tan natural): ‘¿Cuándo llegaste a Utah?’”
“[Alfred] dijo: ‘Acabo de venir del mundo de los espíritus; este no es mi cuerpo el que ves, sino que yace en la tumba. Quiero decirte que cuando estabas en tu misión me contaste muchas cosas sobre el Evangelio, y el más allá, y que el mundo de los espíritus es tan real y tangible como la tierra. No podía creerte, pero cuando morí y fui allí y vi por mí mismo, me di cuenta de que habías dicho la verdad. Asistí a las reuniones [de tú Iglesia al otro lado del velo]. Levantó la mano y dijo con mucha sinceridad: ‘Creo en el Señor Jesucristo con todo mi corazón. Creo en la fe, y en el arrepentimiento, y en el bautismo para la remisión de los pecados, pero no puedo progresar más allá. Espero que tú hagas la obra por mí en el templo’”.
“[Alfred] continuó: ‘Toda nuestra familia allí [en el mundo de los espíritus] sabían cuando estabas tratando de decidirte a venir y trabajar en el templo. Eres observado de cerca, cada movimiento que haces se conoce allí, y nos alegramos de que vinieras. Todos te miramos como nuestra cabeza en esta gran obra. Quiero decirte que hay muchos espíritus que lloran y lloran porque tienen familiares en la Iglesia aquí que son descuidados y no están haciendo nada por ellos’”.
“Tres veces diferentes durante nuestra conversación me incliné sobre la mesa hacia él y le dije: ‘Alfred, miras, hablas y actúas perfectamente natural; no parece posible que estés muerto’. Y cada vez él me respondía: ‘Es sólo mi espíritu lo que ves; mi cuerpo está en la tumba’. Me habló de muchas cosas más, pero estas son las cosas que más me resaltaron. Se levantó y salió por la puerta por la que había entrado”.
“Mientras me sentaba a reflexionar sobre lo que había visto y oído, con mi corazón lleno de agradecimiento y gratitud a Dios, la puerta se abrió de nuevo, y mi hermano Alexander entró y se sentó en la silla que Alfred había ocupado. Había muerto en 1852 en Nueva Zelanda. Hice el trabajo tanto por él como por mi padre en abril de 1885. [Alexander] había venido de una esfera diferente. Se parecía más a un ángel, ya que su semblante era hermoso. Con una sonrisa muy agradable dijo: ‘Fred, he venido a agradecerte por hacer mi trabajo por mí, pero no llegaste lo suficientemente lejos’. Y se detuvo. De repente se me mostró en grandes caracteres: ‘Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón’ [1 Corintios 11:11]. Lo miré y le dije: ‘Creo que entiendo, quieres que te selle a tu esposa’. Él respondió: ‘Tienes razón … No necesito interpretarte las Escrituras, pero hasta que no se haga esa obra, no puedo avanzar un paso más’. Le respondí que el templo se completaría y dedicaría en unas cuatro semanas y luego lo atendería lo más rápido posible. ‘Sé que lo harás’, respondió, y luego se levantó y salió de la habitación, dejándome lleno de alegría, paz y felicidad más allá de toda descripción”. [1]
Lo que podemos aprender de este relato
La primera vez que leí esta historia del hermano Hurst, me llené de gozo. Noten que para algunas personas, el simple hecho de haber escuchado la palabra no significa que no tendrán otra oportunidad de realmente escucharla al otro lado del velo. Todos tendrán la oportunidad y privilegio de conocer al Salvador, y al igual que el hermano mayor de Hurst, y testificar de su divinidad. Cada rodilla se doblará y cada voz confesará que Jesús es el Cristo.
Encuentro muy interesante saber de que hay personas que fueron elegidas, antes de la fundación del mundo, para llevar a cabo la obra vicaria por sus antepasados. Y por eso nacieron después de la restauración del Evangelio.
También, noten el patrón de revelación que el Espíritu lleva a cabo, al mostrarnos algunas cosas en olas de experiencia. En este caso fueron dos. Primero lo vino a visitar Alfred, el hermano mayor. En seguida vino su otro hermano, Alexander. Es por medio de dos testigos que la manifestación que recibió el hermano Frederick pudo llegar a una mayor comprensión.
Fuente: [1] Frederick W. Hurst, “Voices From The Past” (Diaries, Journals and Autobiographies), compiled by BYU Campus Education Week (además, ver partes de la cita en Doctrine and Covenants and Church History: Gospel Doctrine Teacher’s Manual Lesson 39: “The Hearts of the Children Shall Turn to Their Fathers,” y también, ver The Diary of Frederick William Hurst, Originally compiled by Samuel H. and Ida Hurst in 1961, Web site created by Joyce Holt in 2001: https://joyceholt.com/FWHurst/FWHhome.html
Fotografía: Michael-Hart-A_unsplash
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