Eran las 22:30 un domingo por la noche. La misionera Jensen Parrish llevaba 13 meses sirviendo una misión de lenguaje de señas americano en Vancouver, Washington, área donde alguien tocó la puerta. “Ahí de pie estaban las últimas dos personas que habríamos esperado: nuestro presidente de misión y su querida esposa, cada uno con una expresión desalentadora” recuerda ella. Cuando la pareja la abrazó, ella supo que algo andaba muy, pero muy mal.

“Con lágrimas en sus ojos y una voz temblorosa, mi presidente de misión me dijo lo impensable. Había ocurrido un accidente en mi hogar en Idaho. Durante la noche anterior, monóxido de carbono había llenado la casa, matando a mi mamá, mi papá y mis dos hermanos menores, Keegan y Liam”, comenta Jensen.

El único otro miembro de su familia que se salvó fue otro hermano, Ian, quién estaba sirviendo en la misión Dakota del Sur Rapid City. Ella continua: “la semana siguiente tomé un vuelo a Salt Lake City y me encontré con Ian. Habían pasado 18 meses desde que nos habíamos visto el uno al otro y yo estaba muy feliz de verlo. Bajamos del avión abrazados, saludando a los miembros de nuestro círculo familiar que también estaban tristes. Así es como nos vio nuestra familia: como un frente unido en el intento de estar juntos y apoyándonos el uno al otro”.

Algún tiempo después del funeral y siguiendo una sugerencia recibida en la conferencia general, Ian volvió al campo misional. Jensen sintió la impresión de quedarse en casa y comenzar a escribir un blog, compartiendo su experiencia y testimonio: “He llegado a amar, apreciar y entender mejor la Expiación de Jesucristo. Sé que nunca lo entenderé completamente en este estado probatorio del plan eterno del Padre Celestial, pero tengo un firme testimonio de ello. He llegado a darme cuenta de que la Expiación no solo se dio para que nos podamos arrepentir. La Expiación se dio para que nos podamos arrepentir y estar con nuestra familia terrenal y nuestra familia celestial para siempre. Y por eso, estoy eternamente agradecida”.

Si bien la historia de Jensen es singular en el ámbito, ella no es la única que ha experimentado un cambio drástico en la vida familiar mientras servía al Señor. Muchos misioneros vuelven a casa para encontrar circunstancias irrevocablemente cambiadas, dejándolos con sentimientos de abandono y a veces incapaces de “volver a casa” a la vida que conocían antes.

Cuando la familia se divide

Jason, de 24 años, quién sirvió en República Dominicana, ahora tiene algo en común con un hombre que nunca ha conocido: Kevin, de 31 años, quién sirvió en Tailandia. Ambos experimentaron una profunda conmoción de su estructura familiar mientras estaban sirviendo en sus misiones: sus padres se divorciaron y se volvieron a casar.

“Me enteré que mis padres se estaban divorciando solo revisando mi e-mail” comparte Kevin. “Primero vi un e-mail de mi mamá que comenzaba con: si no has leído el e-mail de tu papá, lee ese primero. Pare de leer y revisé el e-mail de mi papá. Ambos e-mails explicaron que mi papá se estaba divorciando de mi mamá. Él estaba enfrentando una acción disciplinaria en la iglesia”.

Ambos misioneros describen sentimientos de shock y devastación: ¿cómo había cambiado tanto de repente? “No me cabía esta idea en mi cabeza de que algo muy drástico estaba ocurriendo en mi hogar”, dice Kevin.

“Lo más difícil fue el mensaje divisorio de mi familia”, explica Jason. “Tenía unos familiares que querían que cortara todo contacto con mi papá debido a todo el dolor que él había causado a nuestra familia. Otros mostraron con el ejemplo que nuestro papá aún era una parte importante y amada de nuestra familia”.

Al volver a “casa”, ninguno de los dos halló consuelo. “Para ser franco, estaba muy preocupado cuando llegue a casa”, dice Jason. “Tenía un nuevo padrastro viviendo en mi antiguo hogar mientras trataban de venderlo, y mi padre estaba viviendo en una ciudad a casi dos horas de distancia. Muchas personas dicen que la universidad sería una meta misional después de volver a casa, pero tenía que encontrar trabajo desesperadamente y un lugar para vivir mientras mi mundo estaba girando. La confusión y la dificultad al volver es tan complicada, sin la necesidad de agregar lo difícil de proveer para uno mismo así de rápido”.

La familia de Jason actuaba bastante como si nada fuera diferente, aunque Jason sentía que había cambiado mucho. “Llegó a ser un tema algo incómodo que deseaba que hubiésemos conversado, pero esa conversación nunca ocurrió”.

A pesar de la poca comunicación, las circunstancias difíciles y los cambios en el hogar, ambos hombres comparten algo más en común en sus experiencias: perspectiva. Kevin dijo: “Mi papá no era un tipo malo como para ser echado fuera. Él era alguien que estaba sufriendo, incluso si se le culpaba por herir a alguien más”.

Al considerar su experiencia, Jason comparte lo siguiente: “una de las cosas que aprendí acerca del divorcio y la vida en general es que todos tienen su propia verdad percibida, y solo Dios conoce la historia perfectamente”.

Cuando la salud falla

Marco, de 23 años, aprendió las circunstancias de una familia pueden cambiar en un instante. Mientras servía en Argentina, él comenta: “El estado mental de mi padre se deterioró muy rápidamente por causa de la enfermedad de Alzheimer y la demencia”.

Mientras se enteraba del diagnóstico por medio de los e-mails por cerca de seis meses en su misión, él no estaba consciente de la rapidez que la salud de su padre se estaba deteriorando.

“La parte más difícil fue ver que los e-mails que mi papá me enviaba eran cada vez más cortos hasta que dejó de hacerlo. Entonces, pocos meses después comencé a tener nuevas noticias desde la perspectiva de mi mamá”.

Él continua: “Algunos dicen que la misión es la parte más difícil de nuestras vidas. Para mí, eso pueden haber sido verdad, hasta que llegué a casa”. Mientras su padre recordaba su nombre, Marco dijo: “Le llevó algún tiempo convencerse de que yo era su hijo. Él no creía que había llegado a casa desde mi misión tan pronto”.

Como misionero retornado, Marco dice que asumió el rol de mediador y cuidador de su familia. “Fue demasiado estresante, incluso angustioso. Estaba emocional y físicamente exhausto”. Comparado con el servicio misional, él dice: “fue mucho más fácil para mi ayudar a otras familias a encontrar felicidad que lo que fue tratar de ayudar a restaurar la felicidad de mi propia familia. Al final me rendí de intentar de hacer volver a mi familia a lo que era antes, y las cosas comenzaron a funcionar mejor desde ese momento”.

Al mirar hacia atrás ahora, Jason dice: “He sido capaz de ver el tiempo de Dios en todo esta situación. Desearía que las cosas no hubieran estado tan mal cuando volví a casa, que pudiese haber cambiado mi vida para el futuro en vez de aplazarlo tanto como lo hice. Pero adquirí experiencias valiosas y me hubiera perdido de mucho si todo esto no hubiera pasado”.

Cuando el dinero se agota

Vickie, que ahora tiene 58 años, sirvió su misión en Arequipa, Perú. Mientras ella estaba en el campo misional su padre perdió su empleo, llevándola a una situación en la que literalmente no podía volver a su hogar. “Mis padres perdieron su casa y terminaron mudándose a una propiedad alquilada”, cuenta ella. “Mientras esto ocurría, mis gastos los pagaron algunas familia de mi barrio”. Cuando Vickie volvió a casa, todo era diferente. La casa era más pequeña, ella terminó compartiendo una habitación con su hermana menor, y la mudanza dio como resultado que la familia frecuentara otro barrio. Todos estos cambios estaban acompañados de sentimientos de culpa.

“Habría estado en casa ayudando”, se lamentaba Vickie, un sentimiento común para los misioneros cuyas familias sufren cambios drásticos de cualquier tipo, pero que afectan especialmente el hogar como en el caso de Vickie, quien era la hija mayor. Ella examinó las bendiciones y experiencias registradas referentes a su misión. Sin embargo, fue capaz de reconocer que había tomado la decisión correcta y que “aquellos que estaban en casa también tenían lecciones que necesitaban aprender. Y sus caminos no son necesariamente los mismos que el suyo”.

Cuando la familia deja la Iglesia

“Mi hermano volvió de su misión con honor y apostató por completo contra la Iglesia en tan solo un mes de estar en casa”, dice Clint, de 21 años. “Cuando también volví a casa, él trató de convencerme de seguirlo y quería que mis padres hicieran lo mismo. Comencé a cuestionar mi fe y creencias en maneras que nunca lo hice antes”. En este tiempo de transición cargado de emociones, se sintió terrible. “No tenía trabajo ni amigos y tenía una familia perdida. Me dejaron solo para reconfortar estas dudas y preocupaciones que tenía”.

Así también estaba Tony. Se enteró por medio de e-mails que sus padres se habían inactivado de la Iglesia durante un divorcio penoso. “Lo que fue más difícil para mí sobre mis circunstancias fue no tener apoyo o comunicación, tanto en el campo misional como en casa cuando regresé”, comenta él.

A pesar de los cambios en sus familias, ambos hombres han mantenido la fe. Sin embargo, para Tony aún es una lucha. “Básicamente estoy desterrado de mi familia; todos ellos han dejado la Iglesia y no quieren hacer nada conmigo”.

Desde el shock inicial, Clint dice que sus sentimientos “cambiaron a un amor más grande pro su hermano, más fe en Dios, y más compasión por todos quienes han abandonado su fe”.

Cómo ayudar

Si bien cada circunstancia familiar es única, cuando cambia mientras un misionero está en el campo misional hay dificultades para evitar y mejores prácticas para poner en su lugar

1.- Mantener el contacto

Puede ser tentador pensar que el no decirle a un misionero sobre algo difícil sería mejor para ellos. Mientras que de seguro oraremos pidiendo guía para nuestras circunstancias individuales, sabemos que al ocultar información podemos estar hiriendo a nuestros misioneros más de lo que pensamos.

Kayla, de 27 años, estaba sirviendo en Tailandia cuando su papá entró en rehabilitación de alcoholismo. “Desearía haber sido mejor informada sobre lo que estaba pasando de manera más rápida”, dice ella. “La información que recibí desde casa era muy difusa, desigual y tardía. Sabía que nadie me quería da toda la información porque no que afectara mi misión, pero si hubiera tenido toda la información podría haber gastado menos tiempo preocupándome, preguntándome y pensando lo peor y hubiera pasado más tiempo aprendiendo a hacer frente a los cambios y enfocándome en el trabajo que estaba haciendo”.

Ten en mente que los misioneros a menudo se comunican con muchas personas en casa. Es mejor si ellos oyen sobre los cambios directamente de las personas afectadas y no por terceros como los amigos, miembros del barrio u otros. Además, aumentar el tiempo entre el evento y decir al misionero podría crear una sensación de traición cuando se enteran de lo que pasó. Por lo tanto, es mejor decirle a tu misionero lo más pronto posible.

Muchos misioneros, si son parcial o totalmente informados, expresan frustración y un sentimiento de impotencia cuando ocurren cambios difíciles en el hogar. Puedes hacer que sus sentimientos negativos por estar lejos sean menores al decirle cómo pueden ayudar desde donde están. Pídanles que oren. Pídanles que escriban sus sentimientos sobre la situación y que te los envíen a ti o a otros familiares que lo necesiten. Aún las cosas más pequeñas pueden ayudar a tu misionero a sentirse parte de la solución y hacerlos sentir que están apoyando a tu familia durante este tiempo de cambio

2.- Aliviar el estrés de regresar a casa

La vida ha pasado. La situación familiar ha cambiado. Afortunadamente tu misionero está consciente de algunos detalles sobre el cambio, pero hay más que hacer.

Irene, de 22 años de edad, cuyos padres se divorciaron y su madre de volvió a casar mientras estaba sirviendo en el campo misional, comparte: “Tuve un ataque de ansiedad la noche anterior de terminar mi misión. Estaba completamente aterrada de ir a casa porque había cambiado mucho y muchos de los cambios eran un completo misterio para mí. La noche que regresé a casa, fui a mi centro de estaca para ser relevada y rompí en lágrimas en frente de mi presidente de estaca porque ni si quiera sabía dónde iría a dormir esa noche. Todas mis cosas habían sido empacadas y llevadas a un cuarto de almacenaje para darle mi habitación a mi nueva hermanastra. Fue como si yo hubiera estado fuera de vista y fuera de mente”.

La terapeuta familiar SUD Julie de Azevedo Hanks, doctora en el área, licenciada en trabajo social clínico y dueña de “Terapia Familiar Wasatch”, explica como es por lo general para los misioneros regresar a hogares donde las cosas han cambiado: “Hay un amplio rango de sentimientos que un misionero puede tener cuando vuelve a casa donde hay una situación familiar diferente. Estas emociones pueden variar desde el shock hasta tristeza, enojo, insensibilidad o dolor”. Ella dice que también es importante para el misionero y su familia “recordar que el misionero tendrá su propio periodo tiempo para lidiar con el cambio familiar.

Por lo general, el misionero en el campo ha estado aislado de los detalles, severidad o proceso del cambio familiar que ha ocurrido. Como resultado, el misionero puede estar en una fase diferente del proceso de duelo que el resto de la familia”.

Entonces, ¿cómo pueden ayudar los miembros de la familia al misionero retornado para asumir lo que ha pasado? “Escuchen al misionero o misionera y validen sus sentimientos sobre la situación”, aconseja ella. “Dejen que el misionero haga preguntas y capte la información que otros miembros de la familia ya tienen. Aún si la situación está en el pasado (el divorcio es definitivo, la ruina financiera está en el auge, el funeral se terminó), las emociones del misionero no están en el pasado. No esperen que el misionero acepte inmediatamente el cambio. Él o ella necesitará procesar sus sentimientos como todos los demás han tenido la oportunidad de hacerlo”.

La Dra. de Azevedo Hanks comparte un último comentario, que se ha repetido por muchos misioneros que experimentan transiciones en la vida familiar: “Si un miembro de la familia o toda la familia está pasando por una dificultad como una tragedia o una transición en la vida, busque ayuda profesional”.

El Dr. Jonathan Decker, licenciado en terapia familiar, ofrece esta perspectiva llena de fe: “Los misioneros que regresan a un hogar que está radicalmente diferente del que ellos dejaron descubrirán que sus misiones los prepararon para esto. Como misioneros, ellos experimentan dolor al encariñarse con un lugar y tener que dejarlo cuando los cambian a otro. Conocen la angustia de crecer profundamente unido a las personas y luego tener que decir adiós. El cambio es parte de su adultez y para mucho de ellos la adultez comenzó cuando dejaron sus hogares para servir una misión”.

Él continua: “Mientras los sentimientos se pueden intensificar debido a los lazos familiares y la nostalgia, los elderes y las hermanas que aprovechan sus experiencias sirviendo al Señor descubrirán que las mismas cosas les ayudarán en esta transición: fe en Jesucristo, servicio a los otros, vivir una vida plena, hacer metas, conexión y la fortaleza ganada que los ayudó a sobrevivir todos esos meses lejos de casa”.

3.- Aprender de aquellos que han estado ahí

Los misioneros retornados que han experimentado cambios drásticos en sus familias reflejan los consejos de los expertos, y ofrecen los siguientes consejos:

“Vuélvete a Jesucristo. Él conoce tu dolor y sabe cómo consolarte. Sé paciente contigo mismo; está bien sentir las emociones que tienes”.
(Jerilynn, de 22 años, quien sirvió en Charlotte, Carolina del Norte, cuando murió alguien de su familia directa)

“Date a ti mismo un minuto para procesar, pero en ese proceso vuélvete hacia el Señor. Usa la Expiación. Recuerda también que el dolor y la tristeza no son para siempre»
(Larissa, de 20 años, quien estaba sirviendo en Rostov-na-Donu, Rusia, cuando su abuelo, su abuela y una mascota de su niñez fallecieron)

“Confía en el Señor. Confía en Su plan. Lee las escrituras cada segundo que tengas. Continúa estando cerca de tu Padre Celestial y el Salvador Jesucristo. Usa tu experiencia para fortalecer tu testimonio. Somos capaces de apoyar y tener compasión por otros por medio de sus experiencias. Si necesitas tomarte un tiempo, está bien. Eres humano y tuviste un enorme cambio de vida. El Señor se preocupa por ti. Desde que mi mamá murió, tuve experiencias que nunca me dejarán alejarme del evangelio verdadero. El día que mi madre murió sentí el consuelo del Espíritu Santo. Fue el máximo sentimiento de consuelo y paz que he tenido. No puedo negar eso nunca. Busca bendiciones como esa para recordar siempre mantenerte firme y en Iglesia”.
(Jessica, de 36 años, quien sirvió en la misión España, Málaga, cuando su madre falleció de cáncer)

El hogar está donde está el corazón

Mi familia sabe de primera mano cuán difícil pueden ser las transiciones familiares mientras se sacrifican por el servicio misional. Mis padres se divorciaron y ambos encontraron nuevos cónyuges mientras que mis dos hermanos estaban en el campo misional. Fue una lucha cuando mis hermanos “volvieron a casa” para encontrar a nuestra familia tan cambiada.

Por suerte, mientras este cambio parece ser el único contante en nuestras vidas, podemos encontrar consuelo en las escrituras como Mormón 9:9 que dice: “Pues, ¿no leemos que Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, y que en él no hay variación ni sombra de cambio?”. Las cosas que son más importantes no cambiarán.

El hogar que más importa (nuestro hogar celestial) siempre será el mismo ayer, hoy y para siempre, sin cambios y esperándonos para regresar.


*El nombre se cambió

Por Kelsey Berteaux- 25 de julio de 2018, fuente: ldsliving