Hace como dos años, en la universidad, pasé cerca de unos compañeros que veían algo en el computador. Los escuché hablando de la serie Game of Thrones y, de la nada, aparece una escena con contenido sexual. Quedé impactado por la naturalidad con la que veían escenas de ese calibre sin ningún pudor en la universidad. Sé que un gran porcentaje de las personas que no pertenecen a la Iglesia ven pornografía, pero me imaginaba que lo hacían más privadamente.
Desde ese día he pensado mucho en por qué esos jóvenes veían ese tipo de imágenes en público, y llegué a la idea de que quizás no lo consideran pornografía como tal, ya que son escenas de una serie, y no de una película catalogada como “XXX”, y nadie va a pensar que están viendo esas escenas para excitarse, sino que simplemente es parte de la serie que ven.
Con el paso del tiempo me sorprendí al notar a través de las redes sociales que muchas personas de la Iglesia ven esta serie. No cabía en mi mente que alguien que compartía mis principios y que ha escuchado sobre los peligros y la toxicidad de la pornografía pudiera ver una serie como esa. Nuestros profetas han hablado en varias ocasiones al respecto y nos han invitado a evitar tales cosas. El presidente Gordon B. Hinckley dijo:
“‘¿Se pueden imaginar a Juan el Bautista, que restauró el sacerdocio que ustedes poseen, ocupándose en una práctica de esa índole?’. Ustedes, los hombres mayores: ‘¿Se pueden imaginar a Pedro, a Santiago y a Juan, los apóstoles de nuestro Señor, haciendo semejante cosa?’.
“No, desde luego que no. Ahora bien, hermanos, ha llegado la hora de que cualquiera de nosotros que se ocupe en tales prácticas se retire del fango y abandone esa iniquidad, y se asegure de ‘acudir a Dios para que [viva]’ (Alma 37:47). No tenemos que ver revistas lascivas. No tenemos que leer libros llenos de obscenidades. No tenemos que ver programas televisivos que estén por debajo de las normas de la decencia. No tenemos que alquilar películas que describan lo inmundo. No tenemos que ir a la computadora (el ordenador) y entrar en juego con el material pornográfico de Internet. Repito, podemos elevarnos por encima de eso” (Gordon B. Hinckley, “Un mal trágico entre nosotros”. Liahona, noviembre de 2004).
Investigando un poco sobre la serie, descubrí que la serie tiene siete temporadas completas y se acaba de estrenar la octava. Las primeras seis temporadas tienen diez capítulos cada una y la séptima tiene siete capítulos. Los capítulos SIN escenas con desnudos o sexo, por temporada, son los siguientes:
– Temporada 1: Ningún episodio.
– Temporada 2: Episodios 5 y 6.
– Temporada 3: Episodios 2, 4, 6, 9 y 10.
– Temporada 4: Episodios 2, 5, 9 y 10.
– Temporada 5: Episodios 2, 8 y 9.
– Temporada 6: Episodios 2, 6, 7, 8 y 9.
– Temporada 7: Episodios 1, 4, 5 y 6.
Podemos ver que, de los 67 capítulos (sin contar la octava temporada), 23 NO tienen escenas inapropiadas, es decir, que 44 capítulos si tienen escenas con desnudos o sexo (el 65,6% de los capítulos).
Se puede concluir inmediatamente que este tipo de escenas no son una excepción, sino que son recurrentes en la serie. Entonces me pregunto, por qué un santo de los últimos días podría pensar que está bien ver esta serie (sobre todo considerando que en la primera temporada cada capítulo tiene una escena de este tipo).
He llegado a la conclusión de que quizás muchos piensen que basta con adelantar cuando comienza una escena de este tipo pero, sin embargo, creo que todos hemos sido expuestos a pornografía involuntariamente y sabemos que basta con un segundo viendo una imagen inapropiada para que nuestra mente se contamine y tengamos un buen rato pensando en dicha imagen. Estoy seguro de que, aunque tengan el control remoto más rápido del oeste, en más de una ocasión fueron expuestos a ver algo inapropiado. El presidente Dallin H. Oaks enseñó:
“Las historias y fotografías pornográficas o eróticas son peores que los alimentos malsanos o contaminados. El cuerpo tiene defensas que le permiten librarse de los alimentos en mal estado. Con algunas excepciones fatales, la comida contaminada hará que la persona enferme, pero no causará daño permanente. Por el contrario, la persona que se deleita en historias indecentes o en fotografías o literatura pornográficas o eróticas, las graba en ese maravilloso sistema de almacenamiento al que llamamos cerebro. El cerebro no vomitará lo indecente; una vez que lo graba, permanece a la espera de ser recordado, destellando esas imágenes pervertidas por la mente, apartando a la persona de las cosas sanas de la vida” (Dallin H. Oaks, “La pornografía”, Conferencia General, abril de 2005).
Otra idea que viene a mi mente es que muchos fanáticos de la serie creen que, por estar casados y tener una vida sexual activa, no hay problema en ver la serie con su cónyuge, ya que es algo que ellos ya viven o que, porque son mayores de edad, ya pueden ver cosas catalogadas para mayores de edad. Sin embargo, lo que es inapropiado moralmente seguirá siendo inapropiado, incluso si la sociedad dice que desde cierta edad deja de ser inapropiado. ¿Se sentirían cómodos viendo esa serie con sus hijos adolescentes? ¿Creen que es apropiado para ellos ver la serie solos? ¿Si para ellos no, por qué para ustedes sí?
Sigamos el consejo del élder Jeffrey R. Holland que dijo:
“Junto con los filtros de las computadoras y la represión a los sentimientos, recuerden que el único control real en la vida es el autocontrol. Ejerciten más control incluso en los momentos dudosos que afronten. Si un programa de televisión es indecente, apáguenlo; si una película es grosera, váyanse; si se está estableciendo una relación indebida, rómpanla. Muchas de estas influencias, por lo menos inicialmente, tal vez no sean malas, pero pueden nublar nuestro juicio, disminuir nuestra espiritualidad y llevarnos a algo que podría ser malo. Un viejo proverbio dice que un recorrido de mil kilómetros comienza con un paso, así que miren por dónde caminan…Como José en la presencia de la esposa de Potifar, simplemente corran, corran tan lejos como puedan de lo que sea o de quien sea que los seduzca; y por favor, cuando huyan del lugar de la tentación, no dejen la dirección del remitente…” (Jeffrey R. Holland, “No hay lugar para el enemigo de mi alma”, Conferencia General, abril de 2010).
Además, por más buena que encuentren la trama, hay infinitas otras series buenas en las que pueden entretenerse sin darle espacio “al enemigo de [nuestras] alma[s]”. Es preferible morir de ganas de ver cómo termina la serie que morir espiritualmente por no correr a tiempo.
Este es un artículo de opinión donde el autor expresa su punto de vista el cual es de su exclusiva responsabilidad y no necesariamente representa la posición de FaroALasNaciones.com o la de alguna otra institución.
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