En un devocional histórico, el día 3 de junio de 2018, el Presidente Russell M. Nelson le prometió gozo y paz a los jóvenes que aprendieran a orar y a discernir las respuestas a sus oraciones. Sin embargo hay tanto jóvenes y no tan jóvenes que muchas veces no sienten la conexión con el Padre.  

Hay muchas formas en las que podemos recibir inspiración y respuestas a nuestras oraciones. Dios no se limita a sólo una manera de revelarse y se complace con tener una relación amorosa con sus hijos. Por ejemplo, podemos oír la palabra del Señor por medio de un discursante en la Conferencia General, una entrevista con uno de nuestros líderes locales, por medio de una bendición del Sacerdocio, un sueño inspirado, una visión, o por un comentario de parte de otras personas u mensajeros que Dios interpone en nuestro camino. Lo que sí es transcendental, es poder reconocer esa voz del espíritu.

En esta serie de artículos sobre la oración me gustaría enfocarme en lo que yo he aprendido, o sea en mi propia experiencia, sobre la sagrada oración. Comenzaré con el patrón que nos ofrece Moroni para obtener respuestas a nuestras oraciones. Y al mismo tiempo, deseo recalcar que el Señor utilizará otros medios para enseñarnos. Es Él quien escoge cómo se comunicará con cada uno de nosotros en cada ocasión.

La siguiente vivencia sagrada del Presidente Lorenzo Snow fue publicada en la revista, Improvement Era en 1933, en un artículo titulado, “Una experiencia de mi padre”, por Leroi C. Snow. Hay mucho que podemos aprender de ella pero entre ellos se destaca que es el Señor quién determina el cómo y el cuándo de nuestras vivencias espirituales:

En 1898 … El presidente Wilford Woodruff servía como Presidente de la Iglesia y la salud física de éste estaba deteriorando. El presidente Snow sabía que, de acuerdo con la línea de sucesión establecida, él presidiría la Iglesia si el presidente Woodruff moría antes que él. Una tarde se sintió especialmente agobiado por esa posibilidad. Con sentimientos de ineptitud en cuanto a asumir el liderazgo de la Iglesia, se dirigió solo a un salón del Templo de Salt Lake a orar. Pidió a Dios que preservara la vida del presidente Woodruff, pero también le prometió que cumpliría cualquier deber que Él le requiriera.

El presidente Woodruff falleció el 2 de septiembre de 1898, poco después de la oración ferviente del presidente Snow en el templo. El presidente Snow estaba en Brigham City, a unos 100 kilómetros al norte de Salt Lake City, cuando recibió la noticia. Hizo los arreglos para viajar a Salt Lake City en tren esa misma noche. A su llegada, se dirigió otra vez a una sala privada del templo a fin de orar. Reconoció sus sentimientos de ineptitud, pero expresó su disposición de hacer la voluntad del Señor. Pidió guía y aguardó una respuesta, mas no llegó ninguna, de modo que abandonó la sala.

Al ingresar a un gran pasillo, recibió la respuesta y la certeza que había procurado. Ante él apareció el Salvador resucitado, quien le dijo lo que le era necesario hacer. Más adelante, el presidente Snow le contó a su nieta Alice Pond sobre esa experiencia. Alice registró la conversación que tuvo con su abuelo en el Templo de Salt Lake:

“Caminaba varios pasos más adelante del abuelo por el amplio corredor que conduce al salón celestial, cuando me detuvo y me dijo: ‘Aguarda un momento, Allie, quiero contarte algo. Fue justo aquí donde el Señor Jesucristo se me apareció al momento de la muerte del presidente Woodruff. Me indicó que procediera sin demora y reorganizara la Primera Presidencia de la Iglesia de inmediato, y que no aguardara como se había hecho tras el fallecimiento de los presidentes anteriores, y que yo había de suceder al presidente Woodruff’.

“Luego, el abuelo se acercó un paso, levantó la mano izquierda y dijo: ‘Estaba justo aquí, cerca de un metro por encima del suelo. Parecía como si estuviera parado sobre una lámina de oro sólido’.

“El abuelo me dijo cuán glorioso personaje es el Salvador y describió Sus manos, Sus pies, Su semblante y Su hermosa túnica blanca, todo lo cual era de una gloria de blancura y fulgor tales que apenas podía mirar al Señor.

“Entonces [el abuelo] se acercó otro paso, me puso la mano derecha en la cabeza y me dijo: ‘Ahora, nieta, quiero que recuerdes que este es el testimonio de tu abuelo, que él te dijo con sus propios labios que en verdad vio al Salvador, aquí en el templo, y que habló con Él cara a cara’”.

Cada respuesta a nuestras oraciones, o manifestaciones divinas, son sagradas. Realmente, consisten en apartar el velo y en cierto modo, entrar en la presencia de Dios. Creo que es de gran valor guardar un libro de apuntes espirituales. El hacerlo nos hará a ser más sensibles a reconocer las manifestaciones del Espíritu. Además de ser una forma en la que mostramos nuestro agradecimiento al Señor, estos apuntes nos ayudarán en nuestras propias vidas y también serán un testimonio que quedará grabado para nuestra posteridad.

Se ha dicho que debemos tener mucha cautela en cuanto a las cosas sagradas que compartimos, y con quienes las compartimos. Debemos de siempre tener esto en cuenta. Sus experiencias con el Espíritu más que seguro serán diferentes que las mías. Cada uno recibe según sus necesidades, en acorde con nuestros llamamientos y circunstancias. De vez en cuando el Señor compartirá con nosotros algunas cosas que en el momento no comprenderemos. En ocasiones serán para el beneficio de las personas a las que nos toca ministrar para poder escucharles con más empatía. Honramos a estas experiencias si las anotamos en algún cuaderno espiritual, ya sea electrónico o físico. Estas cosas pueden quedar como testimonios para nuestros descendientes.

El Señor desea tener una relación estrecha con cada uno de nosotros.

Podemos vivir estas experiencias espirituales en cualquier lugar, según nuestras circunstancias. El templo “es el más sagrado de todos los lugares de adoración en la tierra”, y “sólo el hogar se puede comparar al templo en cuanto a su santidad” (Bible Dictionary, Temple). El templo y nuestros hogares son lugares muy especiales, entonces, pero el Señor no se limita a ellos para inspirarnos. 

Alejandra Acevedo compartió lo siguiente sobre las enseñanzas de nuestro Profeta, Russell M. Nelson: «Les prometo, no la persona sentada al lado de ustedes, pero ustedes, que, dondequiera que estén en el mundo, donde quiera que estén en el camino del convenio , incluso, si en este momento, no estás centrado en el camino, les prometo que si ustedes sinceramente y persistentemente hacen el trabajo espiritual necesario para desarrollar una habilidad crucial y espiritual de aprendizaje de cómo oír los susurros del Espíritu Santo, tendrás toda la guía que necesitarás en tu vida. Se te darán las respuestas a las preguntas de tu corazón, en la forma del Señor y en su tiempo».

Testifico que al Padre le agrada escuchar nuestras oraciones, que está interesado en usted y cada uno de nosotros, que es capaz de escuchar todas las oraciones y contestarlas por medio de los susurros del Espíritu. Si lo desea, lo invito a llevar a cabo un experimento basado en lo que llamo el patrón perfecto de la oración: Moroni 10:3–5.

El experimento

1. Busque un lugar privado para meditar y orar sin distracciones. Si es que preocupaciones u otras distracciones mentales lo siguen a ese lugar, abra las escrituras y medite sobre ellas. El Presidente Kimball, cuando era uno de los Doce, enseñó: “He descubierto que cuando no me encuentro a tono en mi relación con la divinidad, cuando parece que ningún oído divino está escuchando, ninguna voz divina está hablando, me siento muy, pero muy lejos. En cambio, si me sumerjo en las Escrituras, la distancia se acorta y la espiritualidad regresa”.

2. Medite sobre aquellas cosas por las que sienta un agradecimiento intenso.

3. Arrodíllese, si no tiene impedimentos físicos. Esto nos recuerda de que llegará el día en que toda rodilla se doblará y cada lengua confesará que Jesús es el Cristo (ver Romanos 14:11).

4. Diríjale la palabra al Padre. El Salvador fue quien nos enseñó a orar al Padre: “En aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios” (Juan 16:26–27).

5. Al dirigirse al Padre, recuerde que Él está muy cerca. Cuando le oramos en el nombre de su Hijo Amado, el Padre corre el velo que nos separa de su presencia. El Profeta José Smith enseñó: “Es una gran cosa el indagar ante las manos de Dios, o el de llegar a su presencia”. Efectivamente, es una ocasión sagrada.

6. Ore con fe y confianza. El Padre le ama y le escuchará. Le atenderá con más cariño y solicitud que el papá terrenal más bondadoso. Aléjese de los sentimientos de temor. En Santiago 1:5–6 dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”. Además, debemos orar con la humildad necesaria para aceptar la respuesta.

7. Agradézcale de corazón al Padre aquellas cosas que analizó en el Paso 2. En este momento no le pedirá absolutamente nada. Cuando esté orando, no tema las pausas largas, el hablar lentamente, el derramar lágrimas de agradecimiento si éstas le brotan naturalmente o el orar en voz alta. Antes de concluir este paso de agradecimiento, dígale al Padre que lo ama.

8. Ahora sí le vamos a pedir algo al Padre. Pregúntele, “Padre, ¿has escuchado mi oración?” Espere la respuesta con paciencia. Escuche con cada parte de su cuerpo; con su corazón y con su mente, con todo.

9. Pasará algo muy lindo. Va a sentir tranquilidad, quizá deseos de llorar de alegría, o simplemente una paz que es difícil de explicar. Le oramos al Padre y es por medio de Jesucristo y del Espíritu que recibimos la respuesta. El Señor le responderá por medio de los frutos del Espíritu: “Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…” (Gálatas 5:22–23a).

10. Tómele una “foto espiritual” a lo que está experimentando —como usted advierte a los frutos del espíritu. Yo generalmente los siento como está expresado en Doctrina y Convenios: “Sí, he aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón” (DyC 8:2). Si siente estas cosas, la respuesta es un sí: “Sí, hijo mío, hija mía, he escuchado tu oración”.

11. La respuesta que significa “no” es ya sea sentir nada o sentir “un estupor de pensamiento” (DyC 9:9). Si siente temor, no proviene de Dios sino de aquél que no quiere que usted ore (ver JS-Historia 1:15).

12. Al recibir una respuesta afirmativa, no se apresure a terminar la oración, sino que disfrute de la calidez del Espíritu. Cuando esté listo para finalizar la oración, hágalo agradeciendo este momento sagrado en el nombre de Jesucristo. Quizás también desee comenzar su oración contándole al Padre que viene en el nombre de su Hijo Amado. (Imagínese que conoce a algún misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, los que dejan su hogar por un año y medio o dos años. Esa persona casi siempre vendrá de un lugar lejano —ya sea dentro del país o del extranjero. Ahora, ¿si se diera la coincidencia que le tocara viajar justamente al pueblito o ciudad en la que viven los padres de ese misionero amigo? ¿Acaso no le pediría el misionero de que pase a ver a sus padres? Cuando golpee la puerta de esa casa y le abran, ¿no cree que lo harán pasar con regocijo cuando sepan que usted conoce al misionero? Aunque el proceso de la oración es distinto, se asemeja en que usted viene al Padre en el nombre de su Hijo Amado. El Padre le abre la puerta, o corre el velo, para escucharle con regocijo.)

Importunar

Es posible que no reciba la respuesta añorada la primera vez. El Profeta José Smith nos enseñó que debemos importunar al Padre y no darnos por vencidos fácilmente: “Los hijos de Dios tienen el privilegio de acercarse a Él y recibir revelación… Dios no hace acepción de personas; todos tenemos el mismo privilegio”. Y también nos instruyó el Profeta, “Importuna [al Señor] hasta que te bendiga”.

El Padre sabe si estamos orando con un corazón sincero y con verdadera intención, como Enós: “Y mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos” (Enós 1:4). Note las palabras claves en esta escritura, entre ellas, “hambre”.
En resumen, ¿Qué pasa si no siente nada la primera vez? Repita el experimento cuantas veces sean necesarias. Cuando le mostramos al Padre que verdaderamente somos sinceros, recibiremos una respuesta. Le aseguro que le contestará. Repita el proceso de sumergirse en las escrituras y de meditar sobre las bendiciones que ha recibido.

Corazón sincero y verdadera intención

Nuestra actitud en la oración debe ser sumisa a la voluntad del Padre. Si realmente queremos conocer su voluntad y llegamos al Padre humildemente, recibiremos una respuesta en su debido tiempo. El Padre desea bendecirnos con esa manifestación.
Pedir con un corazón sincero, con verdadera intención, significa que vamos a actuar sobre la respuesta (la fe es un principio de acción). Que estemos dispuestos a ser discípulos de Jesucristo a pesar de nuestras debilidades.

Dios no quiere que seamos como el pueblo de Judá que se acercó al profeta Jeremías para indagar falsamente. La gente parecía, superficialmente, comprometida a hacer la voluntad de Dios: “Y ellos dijeron a Jeremías: Jehová sea entre nosotros un testigo verdadero y fiel, si no hacemos conforme a todo aquello para lo cual Jehová tu Dios te envíe a nosotros. Sea bueno o sea malo, a la voz de Jehová nuestro Dios, al cual te enviamos, obedeceremos, para que, obedeciendo a la voz de Jehová nuestro Dios, nos vaya bien” (Jeremías 42:5–6).

El profeta Jeremías indagó al Señor en el nombre de aquellos que hicieron la pregunta. Pero la respuesta enfureció al pueblo hasta tal punto que injuriaron al Profeta y lo acusaron de hablar falsamente (Jeremías 43:2).

En contraste, el padre de Lamoni tenía tantos deseos de ser un discípulo de Cristo que exclamó: “¡Oh Dios!, Aarón me ha dicho que hay un Dios; y si hay un Dios, y si tú eres Dios, ¿te darías a conocer a mí?, y abandonaré todos mis pecados para conocerte…” Alma 22:18). Como vimos en el artículo “Justificación, santificación y gracia” esto no significa que el padre de Lamoni dejó todos sus pecados en un instante. En cambio, por medio de la gracia de Jesucristo, se embarcó en el camino largo y angosto que nos lleva a la vida eterna si perseveramos hasta el fin.

Patrón perfecto

Este experimento sigue precisamente el patrón de oración que nos da Moroni: “He aquí, quisiera exhortaros a que, cuando leáis estas cosas, si Dios juzga prudente que las leáis, recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones [este es el paso sobre el agradecimiento]. Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas [nos dirigimos al Padre en el nombre de su Hijo, nuestro Mesías]; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención [lo hacemos en sinceridad y prestos a cambiar todo lo que sea necesario], teniendo fe en Cristo [sólo por Cristo podemos llegar al Padre], él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo [Cristo nos responde por medio del Espíritu]; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas [hablaremos más de la verdad de todas las cosas en el próximo artículo]” (Moroni 10:3–5).

Dos mentiras

Nosotros podemos concentrarnos en conversar con sólo una persona a la vez —y aún esto lo hacemos muy imperfectamente. Dios no tiene estas limitaciones. El nos escucha a todos con ternura y amor.

Es una mentira de Satanás cuando nos dice que al orar molestamos a Dios con nuestros problemas insignificantes … ya que el Señor está preocupado de asuntos más transcendentales. El Padre, por el contrario, desea que le hablemos y que le contemos nuestras penas y alegrías. Siempre tiene tiempo para escucharnos y consolarnos.

Otra mentira de Satanás es que debemos ser dignos para orar. Es verdad que debemos empeñarnos en mejorar nuestras vidas, pero nunca seremos dignos sin que Cristo nos preste de su dignidad. Ese es uno de los motivos por los que nos acercamos al Padre en el nombre del Hijo.

Invitación

Lo invito, si lo desea, a que en cada oración le pregunte al Padre si Él lo está escuchando. No sólo una vez como parte del experimento, sino que siempre. Al transcurrir el tiempo, sentirá que el Padre le está acompañando a través de cada oración y que está en constante comunión con Él. Todo esto formará parte de su modo de orar.

Una vez más, antes de concluir este artículo, deseo reafirmar que cada persona tiene una relación especial con Dios y recibe inspiración según sus necesidades y yo sólo he compartido algunas cosas que me han servido en mi vida.

En el próximo artículo proseguiremos con el experimento sobre la oración y veremos cómo verificar el sí o el no y descubriremos cómo hacerle otras preguntas al Padre. También analizaremos la importancia de la pregunta que le estamos haciendo a Dios, en cuanto a si Él nos está escuchando.

Fotografía: Ben White, unsplash